El arquero de fuego de Barcelona, 30 años después: "No me sentí cuidado y me cansé de ser la figura del 92"

  • Hablamos con Antonio Rebollo, el arquero de aquel tiro histórico. Se mostró incrédulo cuando le llamaron y pensó que, dada su incapacidad, se trataba de un vacile

  • Aquellos Juegos Olímpicos se celebraron bajo el espíritu de una España renovada, joven, europea y moderna

  • A Rebollo no le reportó más que la satisfacción de ser el elegido. Hoy (66 años) trabaja como ebanista en Torrejón de Ardoz y decepcionado con "el politiqueo que mueve la alta competición"

Barcelona, 25 de julio de 1992. En el Estadio Olímpico de Montjuic todo estaba milimétricamente calculado. Sardana, Montserrat Caballé y Josep Carreras, el flamenco de Cristina Hoyos o la presencia de artistas como Gaudí, Dalí, Miró y Goya a través de piezas inspiradas en su legado. También el desfile de unos 1.900 deportistas con sus respectivas delegaciones, entre los que se encontraba el entonces príncipe Felipe abanderando a España. "En mi mente la opción de fallar no existía", repite Rebollo tres décadas después.

Doce segundos de alta tensión

El jugador de baloncesto Juan Antonio San Epifanio, Epi, pasaría la llama olímpica al arquero Antonio Rebollo. Este dispondría de 12 segundos para girarse, situarse, tensar el arco, apuntar y disparar al pebetero olímpico situado a 67 metros de altura. Dos segundos después la flecha habría recorrido los 86 metros que le separaban del peletero. 65.000 personas en el estadio, 27 jefes de Estado de todo el mundo, más de 3.500 millones siguiendo la ceremonia por televisión. Eran las 22,38 h. y millones de ojos estaban puestos en aquel hombre vestido de impoluto blanco. Todo salió según lo dispuesto.

Fue un día grande para todos. Era la primera ceremonia moderna de los Juegos Olímpicos y la gala inaugural marcó un antes y un después. "Encarnó la vuelta al mundo de España", escribió el historiador Jordi Canal. Se consideró un evento deportivo y cultural, pero también político, social y económico. "Una función fantástica que presentaba a una Barcelona, una Cataluña y una España modernas, creativas, poderosas y con mucho que hacer y decir en un mundo globalizado en pleno cambio", según Canal.

También fue un día grande para Rebollo. Aquel hombre tiene hoy 66 años y trabaja como ebanista en la base aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid. Desde allí nos atiende, casi sorprendido de que 30 años después todavía se le reclame para recordar aquella historia.

"La propuesta me sonó rara"

En esa época era ya uno de los mejores arqueros del momento y tenía tres medallas olímpicas, pero le costó creer que fuese uno de los elegidos para encender el pebetero en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. "Imaginé que para esas cosas había que ser un deportista alto, guapo y con el cuerpo escultural. Yo era joven y no me faltaba atractivo, pero supuse que mi discapacidad sería un rasgo desfavorable a la hora de decidir. La propuesta me sonó rara, casi a vacile", confiesa.

La discapacidad a la que hace referencia le vino a causa de la poliomielitis que padeció con solo ocho meses. Es una enfermedad que atacó a una generación de niños españoles nacidos entre 1950 y 1964, causándoles daño en la médula espinal y parálisis en algunas zonas. A Rebollo le provocó atrofia muscular en ambas piernas, pero aprendió a vivir con superación, venciendo dificultades y conviviendo con unos incómodos aparatos ortopédicos hasta los diez años.

El tiro con arco le permitía competir sin limitaciones

Practicó deporte desde muy joven. "Probé suerte en todo tipo de disciplinas: judo, natación, gimnasia y escalada. Lo del tiro con arco surgió a raíz de un programa de radio. En cuanto agarré el arco vi, sobre todo, la oportunidad de competir sin limitaciones físicas porque mi tren superior estaba en plena forma", cuenta. Además de sus aptitudes físicas, sabía que reunía esas cualidades psicológicas que facultan a un deportista para la alta competición, como el control, la disciplina y la seguridad en sí mismo. "En mi mente la opción de fallar no existía", zanja.

En aquel proceso de selección para la ceremonia inaugural de Barcelona 92, le citaron en las proximidades de Vall d’ Hebron (Barcelona) junto a otros 200 arqueros. No necesitó más que dos disparos, uno a la diana y otro al centro, para ser el escogido. A partir de ahí empezaron los entrenamientos durante los seis meses previos, casi en clandestinidad debido a su contrato de confidencialidad.

"Me desplazaba a Montjuic y pasaba los fines de semanas lanzando flechas en llamas, lo que provocó más de una quemadura en el brazo izquierdo. Sabía lo que estaba en juego, pero me ayudaba mi altísimo nivel de concentración. Aquella noche histórica, una vez disparada la flecha, tuve el convencimiento del éxito".

Apenas guarda recuerdos del momento

Aunque no le resta mérito, Reyes Abades, creador de efectos especiales fallecido en 2018, fue quien prendió un haz de gas para que se encendiese la llama, lo que hizo posible aquel hito olímpico. Pero era lo previsto y el mismo Rebollo admitió que hacerlo de otro modo habría sido una temeridad.

"Nunca se me pasó por la cabeza que podía fallar, no podía lanzar antes ni después porque se apagaba. Salió tal y como lo habíamos planeado y funcionó la coordinación con el compañero que activaba el mecanismo del encendido tras el paso de la flecha". Su imagen disparando la flecha dio la vuelta al mundo. "Lamentablemente, no dispongo de fotografías. Guardo recortes de la época y alguna entrevista que me han hecho después, nada más", dice desde la ebanistería de Torrejón de Ardoz.

Nunca dejó el oficio de la madera. Empezó a tallar con 13 años en una carpintería cercana a su casa. Se ganó también la vida como jardinero, albañil y mecánico. En 2009 se retiró del deporte profesional después de lograr el oro mundial como seleccionador del equipo paralímpico de tiro con arco en la República Checa. Tiene dos hijos, de 29 y 25 años, ninguno de los cuales ha tomado el testigo deportivo.

"No me sentí cuidado y me cansé de ser la figura del 92"

"Ser el arquero de Barcelona 92 -asegura- no supuso ningún honor o prebenda económica. No me sentí cuidado especialmente, más allá de pasarme una mano por el hombro cuando se acuerdan de mí, y llegó un momento en que me cansé de ser la figura. Me decepcionó el politiqueo que mueve el mundo de la alta competición". Durante años fomentó la disciplina del tiro con arco, dio clases y realizó alguna exhibición con aquel arco de caza que guarda con sumo celo.

A pesar de sus 66 años, no tiene en mente la jubilación. "El trabajo me mantiene activo física y mentalmente. Todavía no encuentro un motivo para parar". Su mayor satisfacción como arquero es comprobar que el mundo de la arquería ha mejorado y goza hoy de mayor reconocimiento.