"Tras morir mi hijo, dejé su cuarto intacto": Aprender a desprenderse de los objetos y seguir adelante

  • Testimonio de Alonso, que narra cómo fue el difícil trance de desprenderse de los objetos de un ser tan querido

  • El psicólogo Joan Salvador nos explica por qué enfrentarse a las pertenencias de un ser querido fallecido es una de las tareas de duelo más complejas. De su mano, conocemos las claves para arrancar de nuevo

Cuando Alonso, de 61 años, perdió a su hijo mayor, de 19, en un accidente de moto, sintió tal desgarro que, durante unos meses, su mayor ansia era ir con él. Fue incapaz de entrar en su dormitorio y pidió que sus cosas se mantuviesen intactas. La mañana en la que ocurrió aquel infortunio, hace ya casi diez años, Luis había dejado una camiseta sobre una silla. Fue lo primero que observó Alonso al volver a casa y enfrentarse a su ausencia. La abrazó y no sabe cuánto tiempo pudo estar con ella en sus brazos. "La olía y notaba que me devolvía el abrazo. La sensación era poderosa. Dos días después, entré en su cuarto. Todo estaba tal y como lo dejó y tal y como era él. Intachable para sus estudios y sumamente ordenado dentro de su propio caos. En la agenda, abierta por aquel fatídico 27 de octubre, aparecían las tareas del día. Clases, laboratorio de Química, partido de pádel… Ya nos avisó que ese día no vendría a comer".

El testimonio de Alonso es conmovedor. Durante días, meses… entraba cada mañana en aquella habitación. "Apenas era capaz de tocar nada. ¿Quién era yo para hacerlo? Miraba y cada objeto me iba transportado hasta todos y cada uno de los momentos vividos con él. Sabía que no volvería, pero necesitaba que todo aquello se mantuviese igual que lo dejó. Verlo me recordaba cuánta vida había en él, cuántas ilusiones, cuánto amor desprendía, cuántos trofeos ganados y por ganar. Cada cosa tenía un significado muy especial y me ayudaba a entender que su vida fue corta, pero intensa, llena de cariño y de momentos muy gratos. Poco a poco, logré que esa rabia que sentía se fuera atenuando y transformando en un amor aún más profundo".

Unos cinco años más tarde, vio en el buzón una nota de un centro de acogida que pedía ropa y enseres. Inmediatamente pensó en aquel cuarto y decidió que muchas de las pertenencias de su hijo podrían tener una utilidad mucho más grande. Con ayuda de su esposa y sus sobrinos, preparó unas cajas con cazadoras, calzado y ropa que Luis había dejado impecable. Sentía que era la mayor muestra de respeto al legado de su hijo. Él no era consciente, pero ese día echó de nuevo a andar.

"Desprenderse de las pertenencias de un ser querido a quien acabamos de perder es una de las tareas más complicadas del duelo. Casi siempre requiere tiempo porque cada una despierta una emoción diferente y en cada objeto vamos a encontrar un rasgo de ese ser querido", explica Joan-Salvador Vilallonga, psicólogo experto en duelo. Tan comprensible es desprenderse de esas cosas lo más pronto posible con el fin de aliviar el dolor como tratar de encontrar regocijo en ellas por un tiempo. "Cada persona -dice- tiene su modo de hacer el duelo y no hay en ello una fórmula magistral. Lo importante es que el proceso sea constructivo".

En cualquier caso, esa necesidad de continuar el vínculo merece todo el respeto, según Vilallonga. Igual que unos deciden mantener su dormitorio intacto, otros dejan activas sus redes sociales y publican un mensaje en su cuenta de Instagram. Hay quien sigue poniendo su cubierto en la mesa a la hora de la cena o lleva cada día flores al cementerio. ¿Patológico? "No. Son personas que buscan consuelo. Saben que no va a volver, pero se aferran a los recuerdos. Deshacerse de sus cosas o no es una decisión muy personal e íntima, pero de ningún modo marca la intensidad del dolor ni resta el peso de la muerte".

Nadie está listo para hacer frente a esta situación. Cuando Isabel Allende perdió a su hija Paula en 1992, necesitó reconstruir los últimos meses de su vida. Lo hizo a partir de las cartas que le había ido escribiendo a su madre cada día. "El revivir ese año y escribirlo me permitió poner límite al duelo y al dolor". Fue una tragedia, pero la escritura le valió para comprender que al mismo tiempo que su hija agonizaba ocurrían cosas buenas: sus nietos, su hijo, un nuevo amor, su madre a su lado. "Yo no lo veía, hasta que lo empecé a escribir. Con ese libro pude contener el duelo".

Cada testimonio es válido para ver que la gente, además de sobrevivir, encuentra paz y razón de vivir, incluso cuando la pena te parte en dos. Aunque no existen instrucciones concretas para procesar el duelo del modo más saludable, Vilallonga ofrece algunas pautas. "Serán válidas siempre que, al volver la vista atrás, podamos comprobar que hicimos el duelo como quisimos".

Cada uno escoge cómo quiere hacer el duelo

El duelo es un proceso de adaptación a la vida con ese ser ausente. Es muy personal y cada uno decide cómo quiere despedirse y cómo quiere procesar su dolor. Una vez superado, le gustará saber que lo hizo de la forma que escogió. Tiene que concederse ese permiso para vivir y sentir lo que sienta en cada momento. Los demás deberán dejar que se tome el tiempo necesario para hacer frente a los recuerdos o entender, si así lo decide, que se desprenda de todas sus pertenencias personales de una manera inmediata para empezar a recuperar, lo antes posible, su vida cotidiana.

El dolor no es depresión

Experimentar el dolor es un hecho natural y forma parte de la vida. Aunque los síntomas sean similares, el duelo no es una depresión. Ni siquiera los más largos, complicados o especialmente intensos tienen por qué considerarse patológicos. Lo serán si ese modo de aferrarse a los enseres del ser querido altera en exceso la vida diaria o causa un sentimiento de malestar tan profundo que impide avanzar. Es importante detectar si una determinada actitud o si ese apego está dificultando un duelo sano. Tampoco la actitud contraria es sana. Es decir, empeñarnos en mostrarnos como si no hubiera pasado nada. Vivir el duelo es a la vez un derecho y una necesidad. Cada uno a su manera, permitiéndose estar triste, enfadado, solo o acompañado. Vaciando su habitación o dejándola tal y como la dejó.

No medicalizar el dolor

Tomamos ciertos medicamentos con demasiada facilidad -por ejemplo, los psicofármacos-, sin pensar que a veces pueden perjudicar más que ayudar. Medicalizar el dolor es parar el reloj. Ese sufrimiento acabará saliendo. Lo aconsejable es vivir el duelo para poder recobrar la normalidad o al menos seguir adelante, pero ocurre que la presión social por la felicidad y el optimismo es demasiado fuerte. Nos cuesta asumir que la tristeza forma parte de la vida.

No hay prisa para desprenderse de sus cosas

La persona debe estar preparada y saber cuál es el momento oportuno. El tiempo que se tome habrá merecido la pena. No conviene animar a que se desprenda de los recuerdos o enseres personales de manera impulsiva. Sería un error pensar que la pena se alivia perdiendo de vista esos objetos personales que, por otra parte, pueden ser emocionalmente muy valiosos. Lo aconsejable sería esperar un tiempo para poder valorar qué significado tiene cada cosa.

Pensar quién te puede ayudar

La decisión requiere también saber quién o quiénes son las personas idóneas para acompañar en este proceso. Pensemos que, al removerlo, cada objeto cobrará vida. Será una oportunidad para restañar heridas, aclarar sentimientos, revivir momentos o volver a sonreír. Va a ser un momento de mucha intensidad emocional y no todo el mundo está preparado para compartirlo con el ser que está sufriendo, aunque al final sea uno mismo quien valore qué se hace con las joyas, con sus libros u otros enseres íntimos, escoger con qué te quedarás y de qué cosas querrás deshacerte, qué puedes donar o regalar. La donación suele ser un acto catártico, pues brinda la posibilidad de hacer del dolor un gesto de generosidad. Algunas tareas se pueden delegar en gente muy cercana, como documentos, papeleo o retirada de cosas menos personales.