Sealand, un trozo de metal con bandera y constitución: así es el país más pequeño del mundo

  • El Principado de Sealand, autoproclamado en 1967, es el país más pequeño del mundo, y también uno de los más estrambóticos

  • Esta diminuta nación está compuesta por una plataforma abandonada de 500 metros situada en las aguas del Mar Norte

  • El Principado, que no ha sido reconocido por ningún país, tiene su propia bandera, constitución, himno y escudo de armas

Si preguntásemos cuál es el país más pequeño del mundo, es probable que muchos respondiesen Mónaco, el Vaticano, Liechtenstein o San Marino. A primera vista, estas suposiciones parecen acertadas. El Vaticano cuenta con una superficie de 0,44 km2, mientras que Mónaco solo tiene 2 km2 de superficie. San Marino y Liechtenstein, si bien son más grandes, tampoco pueden presumir de un gran tamaño: el primero tiene poco más de 60 km2, mientras que el segundo tiene tan solo 160. Sin embargo, y a pesar de que ninguna de estas regiones alcanza los 200 km2, si hablamos del país más pequeño del mundo tenemos que fijarnos en un lugar mucho más diminuto. En concreto, de tan solo 500 metros. Y no, no estamos exagerando.

En las aguas del Mar del Norte, a aproximadamente unos 10 kilómetros de la costa de Suffolk y Essex (Reino Unido), se encuentra el Principado de Sealand, un microestado compuesto por una plataforma marina abandonada que se alza sobre dos enormes pilares de hormigón y que está considerado como el país más pequeño del mundo. Y sí, has leído bien, no estás alucinando: Sealand es un trozo de metal, aunque, eso sí, con bandera, constitución, divisa, pasaporte, himno y hasta escudo de armas propio.

Sealand, el país más pequeño del mundo

Para entender cómo puede existir una región así, debemos remontarnos a la Segunda Guerra Mundial y, en concreto, a 1942, año en el que el Gobierno inglés construyó una serie de torres de fortificadas en los estuarios de los ríos Támesis y Mersey para defenderse de un posible ataque aéreo de las tropas alemanas.

Estas fortalezas recibieron el nombre de fuentes Maunsell en honor a su diseñador, el ingeniero Guy Maunsell, y estuvieron en servicio hasta finales de la década de 1950, época en la que fueron abandonadas y, en algunos casos, hasta desmanteladas. Entre estas fortalezas, se encontraba una plataforma conocida como el fuerte de H. M. Roughs, que, años más tarde, acabaría por convertirse en el principado de Sealand.

Tras ser desalojadas, las plataformas que quedaron en pie fueron abordadas por los piratas radiofónicos, que durante la década de 1950 y 1960 crearon sus propias emisoras para emitir música y programas de radio al margen de la ley británica. Estas aventuras radiofónicas, sin embargo, concluyeron en 1967, cuando Patrick Roy Bates, un ex-miembro de la marina real británica, y su mujer, Joan, llegaron en barco al fuerte H. M. Roughs y, por métodos no del todo claros, echaron a los piratas que allí se encontraban. El objetivo, en principio, era establecer ahí su propia emisora pirata, ‘Radio Essex’, para lo que tenía hasta el equipo necesario, pero el militar, al que todos conocían como Paddy, pronto abandonó el proyecto para centrarse en una idea mucho más ambiciosa: proclamar su propio estado independiente.

Libertad desde el mar

Durante los años que siguieron a la proclamación de independencia de Sealand, la familia Bates ha ido creando todos los elementos propios de una nación: redactaron su propia constitución, diseñaron su bandera, compusieron un himno e incluso crearon su propia moneda, el dólar de Sealand, que equivale a un dólar estadounidense. También empezaron a editar su propio pasaporte para que los turistas pudieran acceder a la nación, y hasta diseñaron su propio escudo de armas, en el que puede leerse “E mare libertas”, o lo que es lo mismo: Libertad desde el mar.

El Principado de Sealand, a pesar de todos estos documentos, no está reconocido a nivel internacional por ninguna nación del mundo. Sin embargo, la familia Bates sigue insistiendo en su independencia del Reino Unido, y lo hace en base a dos sucesos.

El primero ocurrió en 1968, cuando el hijo de Roy Bates, Michael, fue llevado a juicio después de haber abierto fuego contra un buque de la Armada Inglesa que se encontraba en las proximidades de Sealand. Sin embargo, durante el juicio, la corte declaró que no tenía jurisprudencia sobre el caso, ya que el suceso se había sucedido fuera de las aguas territoriales británicas.

El segundo, por el que casi se ganan su reconocimiento, sucedió diez años después, en 1978, cuando el abogado alemán Alexander Achenbach, que se autoproclamaba primer ministro de Sealand, contrató a unos mercenarios para intentar hacerse con el control de la plataforma. Durante este ataque, el abogado y sus secuaces tomaron como rehén a Michael y a su grupo de amigos, que estaban en el fuerte. El intrépido príncipe, que, como hemos visto, ya tenía algo de práctica en eso de dar guerra, logró librarse de sus captores, y no solo eso, sino que también capturó a Achenbach y lo acusó de alta traición. Ya se sabe, el ojo por ojo.

Mientras los mercenarios huían, el abogado se quedó en la plataforma bajo una fianza de 75.000 francos alemanes, algo que, por supuesto, no gustó nada en Alemania. Para liberar a su ciudadano, que, a efectos prácticos, estaba secuestrado, el Gobierno alemán envió a un diplomático para negociar. Tras días y días de negociación, Roy, el monarca, aceptó liberar al abogado, pero solo para reivindicar que la presencia de un diplomático alemán en la plataforma que es el suelo de Sealand significaba el reconocimiento del país por parte de Alemania, aunque los alemanes dijesen que nanai.

Actualmente, el Principado de Sealand sigue dónde está: en su plataforma de 500 metros. Roy Bates y su mujer, Joan, han fallecido, y Michael es el soberano, aunque vive en Suffolk. Según él, hoy en día son muchos los que visitan la página web del Principado en busca de algunos de sus estrambóticos souvenirs, como los pasaportes, las monedas, las banderas o el codiciado título de Lord o Lady, que se puede conseguir por poco más de 500 euros. ¿Te gustaría tener uno?