Y ahora qué: cómo llegar a un acuerdo con quien no piensa como tú

¿Por qué nos cuesta tanto llegar a acuerdos? Acordar significa ceder algo en busca de un bien común. Aunque parece reservado para los grandes conflictos, las empresas, los asuntos de pareja o la política, la realidad es que un día cualquiera está lleno de acuerdos, de decisiones que necesitan del consenso de varias partes. Cuando decides con tu pareja quién va a utilizar el coche para ir al trabajo, estás llegando a un acuerdo; cuando quedas con tu grupo de amigos en qué película vais a ver o qué hacer después del cine, existe un acuerdo. El acuerdo, la necesidad de llegar a una convención buena o menos mala para todos, nos rodea.

Evitar el momento

Las situaciones anteriores se viven a diario; sin embargo, no tenemos la sensación de que estemos negociando. No es un hábito que tengamos interiorizado. Parece que el concepto queda relegado a las grandes decisiones: ¿vivir juntos o no hacerlo? ¿Dónde vivir? ¿Comprar casa o seguir de alquiler? ¿Qué colegio es mejor para nuestros hijos?

Paradójicamente, cuando hay que decidir, y por tanto, acordar qué se hace en cuestiones vitales, el entrenamiento diario no sirve. Entramos en un miedo paralizante camuflado de procrastinación. ¿Quién no ha tenido la sensación de vivir en el 'ministerio del tiempo' cuando necesita tomar una decisión conjunta y nunca se encuentra el momento de hablarlo?

Para los psicólogos, esa evitación viene motivada por dos razones. La primera es que tememos que el tema sobre el que debemos hablar revele unas discrepancias importantes que dañen la relación. La segunda: creemos de manera romántica que en las relaciones ideales, ya sean de pareja, de amistad o entre compañeros de trabajo, las cosas fluyen perfectamente de manera natural, casi de manera mágica. Pero nada más lejos de la realidad. Las necesidades de cada persona, incluso entre las más afines, cambian de una a otra. Nuestra posición el mundo, también. Aunque dé cierta angustia pensarlo, la vida es un terreno abonado para el conflicto. La cuestión es qué hacemos con él.

Y entonces llegó el ego

Muchas personas hemos vivido situaciones en las que, a partir de un motivo intrascendente, se llega a un enfrentamiento colosal. Aunque no se debe generalizar, cuando se dan este tipo de casos, los expertos apuntan a una dirección: el ego.

Como explican los psicólogos Isaac Encinas Martín y María Isabel Fajardo Caldera en su estudio 'La dificultad de llegar a acuerdos en las relaciones humanas: del control del ego a la paz interior', querer tener razón es la principal causa de los conflictos que afectan a las relaciones interpersonales. Y la razón de querer imponer nuestro criterio en todas las situaciones la encontramos en el ego, esa parte de la conciencia que es fundamental en nuestra salud psíquica porque nos ayuda a crear nuestra identidad, pero que, en exceso, puede establecer jerarquías erróneas, priorizándonos a nosotros mismos y eliminando cualquier empatía. Dicho de otra forma: imponemos nuestros intereses, independientemente de lo justos que sean.

Asertividad y autoestima

La mayoría de los profesionales en el campo de la psicoterapia dan gran importancia al dominio del ego para poder llegar a acuerdos. En su opinión, para gestionar las relaciones interpersonales de manera saludable, fuera de prejuicios y evitando el conflicto, hay que llegar a acuerdos basados en la asertividad y la autoestima.

La asertividad es la capacidad para expresar nuestras necesidades de manera empática y respetuosa. La autoestima nos hace ver qué es adecuado o no para nosotros en base a nuestro sistema de creencias. Una autoestima a punto nos señala en qué 'guerras' hemos de batallar, en qué merece la pena o no tratar de llegar a un acuerdo. La asertividad nos dirá cuál es la manera más inteligente de hacerlo, sin dañar a las otras partes, pero planteando objetivos firmes.

¿Cómo llegar a un acuerdo?

Como en todo lo que atañe a las relaciones humanas, cada conflicto tiene sus raíces y sus derivadas. Sin embargo, los expertos en resolución de conflictos apuestan por diez pasos que pueden facilitar la negociación:

  1. Detectar el conflicto cuanto antes y actuar de inmediato. Dejarlo que campe a sus anchas solo hará que se enquiste y se cronifique.
  2. Plantear el problema con generosidad. La empatía hará que dejemos de pensar solo en nuestros intereses y consideremos los del otro.
  3. Elegir el momento más oportuno para actuar. El dónde y el cuándo se plantean los temas importa. Si se viene de una discusión previa, es difícil llegar a un acuerdo.
  4. Plantear objetivos realistas y comunes. Ese primer consenso es la base para alcanzar posteriores acuerdos.
  5. No imponer una solución de manera unilateral. Lo único que conseguiremos es que la otra parte genere ira y resentimiento.
  6. Centrarse en el problema. Para negociar algo es básico hablar solo de ese tema y no entrar en otros conflictos abiertos.
  7. Validar a todas las partes. Cuando hay un conflicto, casi todos menospreciamos las posiciones de los demás. Si buscamos un acuerdo, hay que respetar y validar todos los ángulos.
  8. Discutir el problema de manera honesta y serena. El secuestro emocional es la manera más segura de no llegar a nada.
  9. Formalizar los acuerdos por escrito. Incluso en el ámbito de la pareja o de la familia, es bueno plasmar los términos del acuerdo por escrito.
  10. Hacer seguimiento. Hay que verificar que el acuerdo se cumple. Si no se hace, volveremos a la casilla de salida: ira y rencor por sentirnos agraviado. Si los acuerdos no se cumplen, de manera serena, hay que reabrir la causa de conflicto.

Llevar a cabo todos estos puntos no es tarea fácil. Sin embargo, lo que es realmente complejo, lo que antecede a todo, es la cuestión principal: ¿queremos llegar a un acuerdo? Sin esa voluntad, lo único que haremos será dar vueltas alrededor de un tema incómodo para todos.