Tríos, sado o intercambios a los 50: recuperar la pareja tras un experimento sexual fallido

  • Puede salir bien o convertirse en una experiencia negativa que afecte la estabilidad de la relación y genere arrepentimiento y hasta traumas. Así lo vivieron varias parejas que llegada la madurez quisieron añadir nuevas experiencias a sus relaciones sexuales.

"Todo vale en el amor y en la guerra", dice el refrán. Y, efectivamente, en lo que a las relaciones sentimentales se refiere, cualquier práctica puede considerarse válida… siempre y cuando las partes lo decidan de mutuo acuerdo. Quién sabe si por influencia de los libros y películas de '50 sombras de Grey', por la progresiva caída de tabúes sexuales (que ha normalizado el porno y los juguetes para mujeres) o porque muchas relaciones nacen en Tinder, donde se tiende a huir de lo tradicional, desde tiempos recientes los tríos, el sado o los intercambios han entrado en las vidas de muchas parejas, salpimentando su sexualidad. Pero no siempre sale bien.

Otro dicho podría aplicarse en este punto: "Dos no pelean si uno no quiere". "Hay mucha gente que accede a este tipo de situaciones no porque quiera, no porque le cause placer, no porque le apetezca, sino por no perder a su pareja. La gente debe asumir que tiene derecho tanto a decir sí como a decir no", advierte la psicóloga y sexóloga Miren Larrazábal. "A veces se confunden los términos, y se piensa que se es moderno o sexualmente libre porque se lleva a cabo determinado tipo de prácticas. Eso no tiene nada que ver. Puede ser mucho más abierta una persona con otro tipo de sexualidad", añade.

En la teoría suena fácil: si quieres, hazlo, y si no, no lo hagas. En la práctica no lo es tanto. Es frecuente que una persona crea honestamente que accede a algo por convicción, y no se dé cuenta de que está siendo manipulada o presionada. Hace un par de años salió a la luz en vídeo rodado en una discoteca de Magaluf en el que una chica practicaba sexo en grupo —una serie de felaciones a una docena de chicos formados en corro— a cambio de copas gratis. Si le hubieran preguntado a la abnegada muchacha por qué lo hacía, seguramente habría contestado que porque era libre y le daba la gana. Sin embargo, para el resto del mundo era una víctima que estaba siendo utilizada tanto por los felices clientes como por los responsables del local. Cuando cosas así ocurren, es probable que la cruda realidad caiga sobre la persona con posterioridad al acto, lo que conducirá al arrepentimiento y puede que al trauma.

Una buena educación sexual, clave para saber si accedemos a algo por verdadero placer

Entrar en la edad madura no le inmuniza a uno contra la confusión. Mi amiga Lola (46), aficionada a la fotografía, me llamó ofuscada para contarme que un tipo al que había conocido en Tinder le había propuesto que le sacara fotos "artísticas" mientras él posaba desnudo con parafernalia sadomaso. La sesión debía incluir su llegada al clímax. Lola no sabía si acceder o no; además, él iba a pagarla. Le dije lo que pensaba: que la estaba engañando y que solo quería usarla de espectadora en un ritual exhibicionista. "Y si tienes dudas —añadí—, dile que no puedes, pero que tienes un amigo que hace buenas fotos que se presta encantado. Si de verdad quiere solo fotos artísticas, debe darle igual que el fotógrafo sea hombre o mujer". Cuando se lo expuso, él reculó; a todas luces la idea de masturbarse delante de un varón no le seducía.

¿Cómo puede saberse si acometemos estas variantes de forma libre y voluntaria? "Una buena educación sexual, que no se basa solo solo la genitalidad, sino en hacer a la gente consciente de lo que son sus deseos y de qué son las presiones externas, ayudaría mucho en ese sentido", señala Miren Larrazábal. Pero los adultos a partir de cierta edad no hemos recibido esa educación. Para los uppers, explica la experta, resulta vital la comunicación con la pareja, la exposición conjunta de deseos y reticencias, y, en caso de duda persistente, la intervención de un psicólogo que ayude a desentrañar qué queremos y qué no. Porque entregarse a estas prácticas sin estar plenamente convencido puede tener consecuencias negativas. "Luego la gente se siente utilizada y cosificada. Se queda muy tocada", apunta la sexóloga.

Una mala experiencia, si no se habla después, puede derivar

Isa (51) mantiene una relación desde hace cuatro años con un hombre de su edad. Describe los inicios de su sexualidad conjunta como "estándar", pero cuando su expareja cogió confianza empezó a proponerle una batería de modalidades más imaginativas. "Quería hacer tríos, invitar a otra pareja, intercambios…", cuenta Isa. "Sin estar muy convencida, accedí a probar el hacer un trío con otra chica. A todo lo demás me negué. Y no me lo pasé bien, no fue una experiencia agradable; me sentí como la tercera en discordia, no como la protagonista principal".

La posterior negativa de ella a repetir tuvo un curioso efecto en sus rutinas de apareamiento: sin previo aviso, el único sexo que tenían pasó a ser anal. "Al principio no dije nada, pero más adelante le planteé que eso a mí no me daba placer. Creo que pecamos de falta de comunicación; si lo hubiéramos hablado se podía haber llegado a algún tipo de acuerdo que lo incluyera como un ingrediente más, no como el único. Me molestaba que hubiera optado solo por eso y que lo hubiese dado por sentado. Se creó cierto malestar por ambas partes, se adulteró nuestra vida sexual primero y nuestra relación después", confiesa.

Aunque distanciados, seguían queriéndose y decidieron intentar reflotar su idilio. Se pusieron en manos de una terapeuta sexual. "Nos hizo ver —continúa Isa— que en la pareja, aunque cada uno tenga su espacio, hay cosas que son de dos; lo mismo que se requiere consenso para comprar un piso, las actividades sexuales hay que consensuarlas. Es de cajón, pero no siempre se tiene presente. También nos recordó que, para que sea gratificante, el sexo debe contemplar tanto recibir placer como darlo. Hay que ser generoso, no se puede ir por libre. Lo que no conseguimos hablar entre nosotros lo expusimos a la psicóloga y hemos solucionado el problema. Ahora estamos bien".

La comunicación constante, la mejor aliada para que las cosas salgan bien

En otras ocasiones, la inclusión de estas prácticas menos frecuentes puede desvelar nuevos placeres. Es lo que le sucedió a Eva (47), quien después de un matrimonio largo y aburrido inició un romance con un hombre versado en estas particularidades. "Puede decirse que fue con él con quien descubrí el sexo", decreta. "Él experimentaba con cuerdas, vendas, incorporaba juguetes sexuales cuando estábamos juntos… Gracias a eso, se me reveló que tenía la capacidad de acompañar el orgasmo con una abundante descarga de fluidos… Cuando rompimos (por otras causas), me dije que no podía pasar sin eso, y también me aficioné a los juguetes, que uso religiosamente cada mañana y cada noche".

Practicaron varios tríos, con óptimo resultado. ¿Qué hicieron bien Eva y su chico para que el balance fuera satisfactorio? "Todo lo hablábamos antes", responde. "Con gracia, con picardía… El mero planteamiento ya era excitante. Eso no quiere decir que yo hubiera accedido a todo, pero surgía de tal modo que me resultaba apetecible. En los tríos, me hacía sentir que yo era su cómplice en todo momento. Por otro lado, teníamos una conexión muy plena a otros niveles, y sin eso creo que es más difícil ser inquieto en el terreno sexual".